domingo, 22 de marzo de 2020

LOCURA.


El despertador suena, son las cinco de la mañana, me levanto de la cama, me preparo el desayuno, lavo mis dientes, me baño, salgo de mi departamento y me dirijo a mi trabajo; una vez ahí, saludo a mis compañeros, me dirijo a mi cubículo y como cada día en el pasillo a un par de metros de mi lugar asignado para trabajar me encuentro con mi jefe quien habla (tal y como cada día) de los pendientes y atrasos de mi trabajo, llama mi atención, me sermonea, me da una palmada en el hombro y se retira, al fin en mi cubículo, enciendo la computadora, me quito el saco, lo cuelgo en la parte trasera de mi asiento y comienzo a trabajar. Escucho murmullos a la izquierda, a la derecha, de frente y tras de mí, miro el reloj, once treinta de la mañana, la hora predeterminada para hacer una pausa y tomar café para platicar del día anterior con los compañeros y así tratar de ahogar el vacío y aburrimiento de nuestras vidas. Doce y vente de la tarde, ya ha terminado la hora del café, las charlas se apagan, entramos a nuestros cubículos, nos sentamos, movemos el “mouse” para que se encienda nuevamente la pantalla de la computadora, continuamos con la rutina; los minutos se convierten en horas, de golpe las tres de la tarde, hora de comer; nadie se levanta de su asiento pues el jefe aún no ha salido de su privado, tres  horas con veinte minutos, el jefe al fin ha salido de su cubículo, camina por el pasillo con su traje negro reluciente, nos mira, se sonríe y nos dice -¡ya es tarde!-, -¿Por qué siguen aquí?-, -¡es hora de comer!-, se aleja, entra al asesor, se cierran las puertas y apresurados todos nos levantamos de nuestros asientos, nos quejamos y nos apuramos a salir a la calle en busca de algo de comer. Cuatro de la tarde, mal encarados regresamos rápidamente a nuestro asiento, comimos a medias, el jefe sale del asesor a las cuatro y treinta de la tarde, sonríe, nos mira, pasa caminando presuroso por el pasillo, entra a su privado que se encuentra al fondo del pasillo, cierra la puerta y nosotros continuamos, se escucha el tecleo de las computadoras en un vals rítmico e hipnotizaste. Siete de la noche, el jefe sale de su privado, se dirige al ascensor, entra en él, se cierran las puertas y al unísono las computadoras se empiezan a apagar, se escuchan risas, platicas, pasos que van y vienen, poco a poco se vacía el lugar; algunos nos quedamos algunas horas más, las luces se apagan, los cubículos se vacían, una luz tenue de computadora ilumina un rostro; el mío. Once de la noche, estoy cansado, apago la computadora, tomo mi saco, los elevadores están sin servicio, bajo por las escaleras uno a uno los diez pisos, en la salida el vigilante me dice -¡¿otra vez trabajando horas extras?!-, suelto una leve risa amigable, me da una palmada en el brazo, salgo del edificio, la calle está vacía y oscura, busco un taxi, llego a mi departamento, busco algo que comer; ya es media noche, me meto a la cama y me duermo.

La alarma del despertador está sonando, la escucho pero me niego a levantarme, me abrazo de las sabanas y me oculto debajo, cierro los ojos obligándome a dormir nuevamente pero la alarma no se apaga, salgo de debajo de las sabanas y arranco las baterías del despertador, me quedo mirando al techo de mi habitación, mi mirada está perdida, no pienso en nada, simplemente estoy ahí acostado en mi cama. Comienzo a preguntarme cuanto tiempo ha pasado, de pronto me impaciento, mi cerebro parece funcionar nuevamente y comienzo a pensar en las consecuencias de faltar al trabajo; mi cerebro intenta ordenarle a mi cuerpo que se mueva y mire la hora pero mi cuerpo no responde, sigo postrado ahí en la cama negándome a levantarme.

¡Estoy harto!, grito en silencio mientras las horas pasan; sigo mirando al techo, sigo perdido en la nada mientras mis pensamientos me ahogan, mi cuerpo sigue sin responder y mi mente me lleva a mis recuerdos, me lamento una y otra vez, la vida se ha convertido en una interminable rutina que parece no tener fin, estoy furioso con mi vida, me ahogo en mis memorias y en mis sueños sin cumplir, me sofoca la banalidad de la rutina diaria y de la marcha sin fin de las personas que día a día hacen cola para entra a oficinas frías donde te van consumiendo el alma poco a poco hasta dejarte vacío y muerto. El sol entra por la ventana de mi habitación, poco a poco se va acercando a mi cama y comienza a calentarme, mi mirada sigue perdida, mi mente sigue escudriñando recuerdos y anhelos olvidados, mi cuerpo al fin responde, me estiro por el celular y miro la hora; nueve de la mañana, es tarde para irme a trabajar, dejo el teléfono a un lado de mí y me meto bajo las sabanas, cierro los ojos; al fin puedo dormir. De golpe se abren mis ojos, todo está oscuro y frío, miro alrededor de mi habitación sintiéndome desorientado, busco el celular, enciendo la pantalla y miro la hora; siete de la noche, he perdido el día acostado.

Me levanto de la cama y me dirijo al baño, enciendo la luz, me miro en el espejo y me veo diferente, mi mirada se ve vacía, mi cabello opaco. De mis ojos comienzan a salir lágrimas, no hay sollozos, simplemente lagrimas que comienzan a derramarse y a caer lentamente en el lavabo del baño, ¿estoy triste?... ¡no!, es algo más, ¡¿es acaso soledad?!... ¡tampoco!, más bien es frustración, desinterés y aburrimiento. Sigo mirándome en el espejo, toco mi rostro una y otra vez, limpio las lágrimas que siguen saliendo de mis ojos como si mi alma estuviera llorando, siento un vacío, ¡algo me falta!, ¡algo he perdido!.

Miro por la ventana del baño, afuera esta oscuro, parece hacer frío, me siento seguro en casa, temo salir, temo repetir la rutina.

Miro el reloj, diez de la noche, me veo dando vueltas en mi departamento, camino de aquí para allá, miro por la ventana, sigue oscuro y hace frio. Me acuesto en el piso de la sala, me levanto, me acuesto en el sofá, me levanto de nuevo, enciendo la computadora, me aburre de inmediato, vuelvo a levantarme y sigo caminando de un lado a otro del departamento, ¡¿Qué es esto que siento?!; ¡es rabia y frustración!; estoy enojado, comienzo a caminar más rápidamente, comienzo a abofetearme una y otra vez, ¡dilo!, me repito, ¡dilo!, ¡dilo!, ¡dilo!, sigo repitiéndome, aprieto los puños, mis pasos son más fuertes, comienzo a golpear las paredes una vez, y otra, y otra hasta que mis puños comienzan a sangrar, me tiro al piso, ¡estoy gritando en mi interior!, comienzo a llorar y a sollozar, aprieto los dientes y mi rostro se frunce, comienzo a gritar descontrolado, a llorar y a patalear como un pequeño niño. Al fin me calmo, me levanto del piso y vuelvo a mirar a mí alrededor; las paredes están llenas de sangre, los muebles desordenados; enciendo la luz de la sala, acomodo el sillón y me siento a pensar. Al fin me siento calmado, me levanto del sillón y comienzo a limpiar el departamento, al terminar miro la hora, son las dos de la mañana, camino a mi habitación, tomo el despertador y le pongo nuevamente las pilas, lo acomodo a mi lado y me acuesto a dormir.

El despertador suena, son las cinco de la mañana, me levanto de la cama, me preparo el desayuno, lavo mis dientes, me baño, salgo de mi departamento y me dirijo a mi trabajo; una vez ahí, saludo a mis compañeros que me preguntan la razón de haber faltado el día anterior; me quedo callado, bajan su mirada y miran mis manos que se encuentran moreteadas y me preguntan si todo está bien, les sonrío y les contesto que sí; me dirijo a mi cubículo y me encuentro con mi jefe quien me pregunta lo mismo, sonrío y le contesto que todo está bien, me mira y se sonríe, me da una palmada en el hombro y se retira, al fin en mi cubículo, enciendo la computadora, me quito el saco, lo cuelgo en la parte trasera de mi asiento y comienzo a trabajar. Estoy ahí sentado con cientos de cubículos a mi alrededor, me siento solo, me siento abrumado, los tecleos de las computadoras comienzan a retumbar en mis oídos, me ensordecen e impacientan; miro el reloj, ¡apenas las diez de la mañana!, el tiempo se ha ralentizado, escucho pasos y murmullos; comienzo a impacientarme. ¡Hace calor!, comienzo a sudar, me desabrocho la corbata, me la arranco, sigo sudando, sigo escuchando murmullos, ¡están hablando de mí!... ¡se están burlando!, mi corazón comienza a palpitar apresurado, siento la sangre correr precipitadamente, escucho los latidos de mi corazón tan fuertemente y tan rápidamente como si los estuviera escuchando por un estetoscopio, estoy agitado, me falta el aire, mi boca está seca, los pasos, murmullos y tecleos de las computadoras son cada vez más fuertes, ¡parece que están marchando y gritándome al oído!, miro nuevamente la hora, diez y veinte de la mañana, el tiempo se ha detenido, me agito más, me falta la respiración; siento que me ahogo, alguien toca mi hombro, volteo, es mi jefe, veo que sus labios se mueven pero no alcanzo a comprender lo que dice, le pido que me repita lo que me ha dicho, me pide que pase a su oficina. Me levanto de mi asiento y lo sigo por el pasillo mientras pasamos por los cubículos veo que me miran, cubículo tras cubículo los veo mirándome, hombres, mujeres; ¡todos me están mirando!. Entro al privado de mi jefe y me pide tomar asiento, me sermonea nuevamente, me dice que no me veo bien, sigue hablando pero no lo escucho, simplemente estoy ahí sentado observándolo, veo su rostro, su cabello, su traje reluciente, el sigue hablando; miro alrededor, su oficina es impecable, grande y lujosa, me vuelvo nuevamente y lo sigo mirando, el sigue hablando; ¡no sé qué está diciendo!, no lo escucho, ¡no quiero escucharlo!.

Al fin, la plática correctiva termina, me da un par de días libres y me pide que vaya a descansar a mi casa, camino por el pasillo inquieto y rápidamente llego a mi cubículo, tomo mi saco, apago la computadora y tomo el elevador, siento un extraño alivio recorriéndome, miro mis manos en el reflejo del espejo del elevador, muevo los dedos y me pregunto ¿Qué se sentirá?.

Decido caminar a casa, la ciudad se ve más vacía que de costumbre, el cielo esta nublado y llovizna, camino mirando al suelo, miro mis pies moverse y miro mi reflejo en cada oportunidad, miro mis manos nuevamente, muevo mis dedos, los examino y trato de comprender que fue aquello que sentí mientras estaba en la oficina de mi jefe, mientras lo ignoraba e imaginaba silenciándolo.

Al seguir caminando comienzo a pensar, la vida, los sueños, el amor… la rutina... si, la asquerosa rutina diaria, me detengo en una esquina y comienzo a mirar a las personas; hombres y mujeres marchando cual soldados en camino a la guerra, callados sin pensamientos y más muertos que vivos, listos para obedecer las órdenes de sus jefes sin pensar; los veo con sus hijos tomados de la mano apresurados por llegar a algún lugar, los observo enseñándoles que esto es la vida, tan simple y vana como cumplir una rutina… ¡pobres!, pero es verdad. La vida con el paso del tiempo se va volviendo una rutina interminable, cuentas por pagar, un horario que cumplir, obligaciones, problemas, amor, desamor y al final, simplemente te pierdes en el olvido de tu familia y amigos. ¡Eso es la vida!, ¡¿por qué?!, ¡¿en qué momento olvidamos nuestros sueños y nos conformamos con la simpleza de la rutina?!.

Me quedo ahí observando, furioso con el mundo pero más aún conmigo mismo; los veo marchar solitarios, veo lo sombrío de sus vidas y lo banal de su existencia. Pero yo soy así, me he conformado, me he acoplado al mundo que mis padres me mostraron y jamás intenté hacer más.
Sigo mi camino a casa, las calles se ven sombrías y lúgubres, veo a las personas como en realidad son, ¡muertos en vida!.

Llego a casa, y me tumbo en el sofá, miro al techo durante horas; le doy vueltas en mi cabeza al mismo pensamiento una y otra vez… estoy hartoestoy cansadoestoy aburrido.
Pasan horas, no sé cuándo pero me quedé dormido, me levanto del sofá y camino hacia mi cama, me recuesto y cierro los ojos.

Hoy la alarma no suena, hoy no debo cumplir la rutina, hoy simplemente quiero quedarme en mi cama.

Los dos días libres han pasado, mañana debería presentarme a trabajar, mi jefe espera que mágicamente todo se haya arreglado y que vuelva a cumplir con mi trabajo como cada día; mis compañeros de trabajo deben estar esperando a que les cuente lo que me sucedió, los imagino hablando e imagino a mi jefe pidiéndome pasar a su oficina para hablar de cómo dos simples días libres fueron suficientes para cambiar algo. Me siento impaciente y nervioso, siento un extraño frio recorre mi cuerpo, mis manos tiemblan y mi corazón esta acelerado, mi respiración esta agitada, tengo nauseas, corro al baño y me mojo el rostro, me miro al espejo y una sonrisa se dibuja. Ya no hay lágrimas, estoy sonriendo, noto un brillo en mis ojos que no había visto hacía mucho tiempo, comienzo a reír a carcajadas como un loco, comienzo a gritar excitado. Camino hacia mi habitación, coloco el despertador a un lado, cierro los ojos y rápidamente me duermo.

El despertador suena, son las cinco de la mañana, me levanto de la cama nervioso y agitado, hoy no tengo prisa, entro a la cocina y pongo agua a calentar para hacerme un café, enciendo la estufa y pongo un sartén a calentarse mientras rompo un par de huevos, los comienzo a batir, vierto los huevos en el sartén, mientras, sirvo el agua hirviendo en una taza, preparo mi café, sirvo mi plato y me siento a desayunar.

Al terminar de desayunar lavo los trastes, doy una limpieza al departamento y lo dejo reluciente, tomo un traje nuevo que había comprado hace un par de meses, plancho la camisa y me meto a bañar.
Me visto, me peino y al terminar, tomo una pequeña maleta cruzada que normalmente uso para guardar documentos pero esta vez no, esta vez va cargada de algo más, algo diferente, de un anhelo de olvidar la rutina diaria.

Decido caminar a la oficina, es un camino algo largo pero no tengo prisa, miro a las personas pasar a mi lado, los veo ensombrecidos, solos tal y como yo, ahogados en la rutina interminable de la vida, los veo pidiendo a gritos ayuda, miro el cielo y esta nublado, el ambiente huele a humedad; de esa humedad previa a una tormenta que es casi embriagante y somnífera.

El camino esta vez me parece corto, incluso lo disfruté como si hubiera sido la primera vez que lo recorro, me paro afuera del edificio y lo miro, soy el único que se encuentra afuera, son las diez de la mañana y ya todos deben estar trabajando. De la puerta de entrada se asoma el guardia de seguridad y me pregunta si entraré, con una sonrisa dibujada en mi rostro asiento con la cabeza y camino hacia la entrada, cada paso que doy parece una eternidad, casi como si los estuviera dando en cámara lenta, mi corazón late rápidamente y siento una excitación casi enervante, mis sentidos parecen más agudos y me siento más vivo que nunca. Al fin llego a la puerta de entrada, el guardia de seguridad abre la puerta y me mira, y dice –buen día-, yo, simplemente lo miro y sigo mi camino hacia los elevadores, cada paso que doy dentro del edificio camino a los elevadores me estremece, siento como si cada paso que doy fuera a destruir el piso y a derrumbar todo, me siento invulnerable.

Al llegar a los elevadores y tocar el botón para subir hasta mi piso volteo la mirada, veo el pasillo de la entrada más largo que nunca; casi infinito, veo el reflejo de las luces del techo en el piso y allá a lo lejos al guardia de seguridad sentado leyendo el periódico, siguiendo su rutina eterna, siendo un muerto en vida…

Suena la campana del elevador, se abre la puerta y entro, antes de que se cierren las puertas el guardia me dice –tenga un buen día-, yo, antes de que las puertas se cierren le respondo con una enorme sonrisa –lo será-.

Al cerrarse las puertas e ir subiendo uno a uno los pisos mi corazón comenzó a latir velozmente, estaba desbocado como si fuera a explotar, siento un frio recorrerme la espina y mis manos comienzan a temblar. Hoy romperé la rutina digo en voz alta; al fin llego a mi piso, se abren las puertas como en cámara lenta, al abrirse por completo miro aquella oficina que me ha consumido, mis compañeros de trabajo voltean como si me estuvieran esperando, me miran todos con una cara de extrañeza, como si fuera un bicho raro e indeseable, salgo del elevador y camino por el pasillo que lleva a mi cubículo; mis compañeros me siguen con la mirada pero no sueltan palabra alguna, no hay saludos, no hay besos de buenos días, simplemente me miran, yo, sigo caminando con paso firme, con la excitación que me recorre el cuerpo. Al llegar a mi cubículo mi jefe está parado justo a un lado y me pide que pase a su oficina, volteo la mirada y le sonrío para inmediatamente dirigirme a su privado.

Al entrar al privado miré a mi jefe sentado en su silla, él, lanzó una mirada de desaprobación y me pidió que tome asiento, me preguntó ­-¿Cómo te sientes?- mi respuesta fue un incómodo silencio que duró unos segundos, mi jefe inclinándose al frente repitió ­-¿Cómo te sientes?-; yo, levante la mirada y le conteste –bien- él, con el rostro mal encarado se levantó de su silla y caminó hacia mi rodeando el escritorio y se paró frente a mi recargándose levemente en el escritorio mientras me decía –tu actitud no me gusta nada-, -¿sabes?-, -eres un lastre para esta empresa-, -tu trabajo y actitud no sirven de nada a esta compañía, eres reemplazable- al escuchar esa palabra (reemplazable), mi sangre comenzó a hervir, comencé a sentirla borbotear, mi corazón se agitó como nunca, lance una mirada furiosa directo a sus ojos, y contesté con voz fuerte -¡¿reemplazable?!-, de golpe me levante de mi asiento y dije nuevamente -¡¿reemplazable?!- el respondió –si-; inmediatamente después de escuchar su respuesta, me abalancé sobre él, en un instante me vi tomándolo del cuello con ambas manos, él intentó forcejear pero mi rabia y mi frustración eran más fuertes, comencé a apretarle el cuello con toda mi fuerza, sentía su piel arrugándose por debajo de mis dedos y mis palmas como si se tratara de plastilina entre mis dedos, él con más desesperación intento forcejear y de su destrozada garganta trató de soltar un alarido que fue callado por mis manos, caímos al suelo y mientras lo miraba a los ojos que ya comenzaban a ponerse de un color rojizo por el estancamiento de la sangre fruto del estrangulamiento, comencé a sentir un alivio incomparable, mientras más apretaba su cuello mejor me sentía, más libre, más vivo. Comencé a apretarle el cuello con aun más fuerza, su lengua comenzó a salir de su boca y sus labios se tornaron azules, comenzó a salir de sus orejas sangre y yo, simplemente apretaba más y más fuerte, lo miraba consumirse en mis manos y me regocijaba con ello; al fin, una vez que comenzó a brotar sangre de su nariz y sus ojos se tornaron de un rojo profundo, solté su cuello, mire a mi alrededor, al parecer nadie escucho nada debido a que todo aquello duro unos cuantos segundos y el forcejeo de mi ahora extinto jefe no fue demasiado como para atraer la atención de nadie.

Me levante agitado, mire mis manos y el cadáver que yacía a mis pues con la lengua de fuera y un pequeño charco de sangre, sonreí, me sentí más vivo que nunca; camine hacia la puerta del privado y al entre abrir la puerta mire hacia afuera, estaban ahí todos tecleando como cada día, siendo esclavos de la rutina.

Decidí esperar unos minutos a que fuera la hora del café, mientras tanto caminaba de lado a lado de la oficina, pasando por encima del cadáver oloroso de mi jefe, maldiciéndolo y escupiéndolo  una y otra vez por tratar de robarse mi alma, miraba el reloj que estaba en la pared una y otra vez, los segundos parecían ser horas, el reloj parecía detenerse por momentos, al fin las once treinta de la mañana, la hora predeterminada para tomar café, nuevamente me asome por la puerta de la oficina, mire cómo mientras todos se levantaban miraban hacia donde yo estaba como tratando de adivinar lo que estaba sucediendo, imaginando que tal vez mi jefe me estaba dando un sermón o tal vez me estaba despidiendo, imaginándome rogando por mi empleo.

Cerré de inmediato la puerta, tome la pequeña maleta que traía y saque un enorme cuchillo que había traído conmigo desde mi departamento, uno de esos cuchillos grandes y bien afilados que se usan para cortar carne, abrí la puerta y me dirigí al primer grupito de tres personas que estaban tomando café poniendo mi brazo tras de mi escondiendo el cuchillo, ellos voltearon al unísono y me miraron con un rostro burlón, uno de ellos soltó unas cuantas risas mientras decía -¿Qué tal el regaño?- mientras me dirigía hacia él, sin pensarlo una vez lo tuve frente a mí, clave el enorme cuchillo directo en la cien sintiendo el choque del metal con el hueso de la cabeza y mientras este entraba atravesando su cabeza y sintiendo la sensación de traspasar el cráneo para llegar hasta el cerebro mientras la sangre comenzaba a derramarse a chorros y a salpicar el piso, las paredes, a las personas y bañándome con el néctar de la vida que le arrebaté tan rápidamente que antes de caer al suelo convulsionado seguramente recordó que tenía alma; ¡lo liberé!, con su muerte fue liberado de la cárcel de la vida rutinaria. Como un relámpago lance el siguiente golpe el cual fue directo en el cuello de María, una de las chicas más bellas de la oficina y que tiempo atrás me había rechazado, el navajazo fue certero, cortó su cuello tan profundo que incluso sentí su hueso raspando el filo del cuchillo, inmediatamente Adriana (la otra chica del grupo de tres) comenzó a gritar y trato de correr, la tome del cabello y jale tan fuertemente que sentí como su cuero cabelludo estaba siendo arrancado, ella cayó boca arriba justo en mis pues, por unos segundos nos miramos a los ojos, vi su miseria y vi que lo que estaba haciendo era un acto de misericordia, así es que tomé el cuchillo y lo clave justo entre sus ojos, de inmediato comencé a ver como todos en esa oficina comenzaron a correr, yo, como un demonio corrí directo a cada persona que veía lanzando cuchilladas a diestra y siniestra; aquello fue memorable y digno de recordar, el piso se pintó de un hermoso color rojo brillante, las paredes tenían dibujadas manos, los cuerpos postrados en el suelo o sobre escritorios derramando sangre; aquello era bellísimo, me sentía más vivo que nunca, algunos por supuesto pudieron salir corriendo por las escaleras, yo me tomé mi tiempo buscando en cada cubículo a alguien más que necesitara ser liberado, mientras caminaba entre los pasillos y el eco de mis pasos ahogaba el silencio del lugar silbaba tratando de infundir mayor miedo en las personas que estuvieran escondidas por ahí, al encontrar a alguien y sin importar si era hombre o mujer le rebanaba el cuello o lanzaba una cuchillada certera a la cabeza o al pecho, aquellos que recibieron una cuchillada directo en la cabeza debían agradecérmelo pues su muerte era rápida, los demás, con cuellos cortados y acuchillados de algún pulmón o en el estómago u otra extremidad sufrían desangrándose o bien, se ahogaban con su sangre o les faltaba la respiración, los alaridos de dolor y angustia eran música para mis oídos, escuchaba gritos ahogados como cuando gritas bajo el agua, escuchaba a personas arrastrase y gemidos de dolor, desesperación y alaridos pidiendo auxilio.

Una vez recorrí cada pasillo decidí tomar las escaleras y bajar pues sabía que no había forma de escapar, que tal vez esos cinco o veinte minutos que habían pasado desde el primer asesinato habían sido suficientes para que todo el edificio fuera desalojado, al ir bajando las escaleras escuchando el eco de mis pasos, encendí un cigarrillo y comencé a imaginar a las patrullas, a la prensa y a cientos de entrometidos esperándome listos para accionar sus armas en mi contra, sabía que ellos no entendían, que estaban ciegos, sordos y mudos, que el mundo se los había tragado y que yo era de los pocos que habían escapado de la prisión de la vida rutinaria que es la existencia humana.
Baje piso a piso lentamente ahogando el silencio con el eco de mi respiración, mis latidos retumbaban como tambores mientras mi mano derecha seguía apretando fuertemente el cuchillo que había utilizado para liberar a todas aquellas personas; ¡ahora era mi turno! Pensé.

Un par de pisos antes de llegar a planta baja comencé a escuchar los sonidos de afuera del edificio, patrullas, personas e incluso el sonido de las armas cortando cartucho esperando por mí; me detuve al fin en planta baja justo en la pared que se encontraba a un lado de los elevadores que me llevaría a ese largo pasillo por donde durante años había caminado cumpliendo aquella rutina que había devorado mi alma y me había consumido, me recargué en la pared, metí el cuchillo entre mi pantalón y el cinturón, seque la sangre de mis manos y saque mi cajetilla de cigarros; encendí lo que considere mi último cigarrillo y comencé a fumarlo mientras escuchaba voces, pasos y ecos de todas aquellas personas que no se habían dado cuenta de que lo que había hecho no era un crimen sino un acto de liberación del espíritu, escuchaba las sirenas de las patrullas y helicópteros rodeando el lugar; personas que simplemente obedecían las ordenes de hombres sin rostros a los que llamaban jefes, cumpliendo “su deber” contra un “criminal”, dispuestos a hacer cumplir la “ley” que aun sin entenderla intentan seguir todas las personas al pie de la letra; leyes que dictan nuestro comportamiento y nuestro futuro; “leyes” que se han encargado de devorar al mundo y que han sido creadas por desconocidos para que todos las cumplamos forzosamente y cuando alguien no lo hace, se convierte en un estorbo, una manzana podrida que es necesario desechar.

Al terminar de fumar, tire el cigarrillo y me dispuse a salir al pasillo donde imaginaba que me estaban esperando, pero no podía irme aun, era necesario salir fuera del edificio para transmitir mi mensaje, que el mundo me escuchara para que tal y como yo lo había hecho pudieran escapar de la rutina. Al salir al pasillo, éste estaba vacío, no estaba el guardia de seguridad ni había policías así es que supuse que me esperaban fuera del edificio; aquello me alegro pues supe que nada me detendría para transmitir mi mensaje. Comencé a caminar, el sol entraba por los cristales de la puerta de entrada del edificio como una luz cegadora e hipnotizaste, cada paso me acercaba más a mi libertad, al llegar a la puerta y sentir los rayos del sol calentar mi rostro y mis manos, pude ver al exterior cientos de personas, policías y noticieros esperándome ¡no!, más bien esperando por mi mensaje. Al abrir la puerta fue como si el sonido de ésta ahogara todos los demás sonidos del mundo, al unísono hubo silencio total, camine un par de pasos y me detuve, de inmediato los policías comenzaron a gritar ­-¡tire su arma!- -¡al suelo!- mientras me apuntaban con sus armas esperando que aquello me aterrara y decidiera entregarme nuevamente a este sueño implantado al que llamamos vida.

De inmediato saque el cuchillo de entre mis pantalones tomándolo con fuerza y levantándolo apuntando al cielo, éste brillaba con los rayos del sol reflejándolo y bañando a cada persona con su brillo manchado de rojo intenso, aspire inflando mis pulmones al punto de sentir que reventarían y como el rugido furioso de un león grite -¡noooo!, yo no soy el monstruo, solo soy un hombre que decidió escapar de la rutina, ¡USTEDES SON LOS MONSTRUOS!, ¡¿no se dan cuenta?!; mírense, sumidos en la soledad, buscando desesperados una pareja “ideal” o el trabajo de sus sueños, siguiendo órdenes y marchando como ganado directo al matadero para satisfacer necesidades que no tienen, obedeciendo leyes que son como placebos para los hombres que únicamente existen para crear la ilusión de estabilidad y orden, yo los veo tal y como son, puedo ver sus demonios tras de ustedes, veo la oscuridad de sus almas y entiendo lo inútil de su existencia; yo… yo al fin desperté… ¡¿USTEDES CUANDO DESPERTARAN?!; al pronunciar estas últimas palabras, baje mi brazo, puse el cuchillo en mi cuello y finalmente dije –esta vez no se llevaran mi alma- y mientras el filo del cuchillo cortaba mi carne e iba penetrando hasta cortar profundamente mi garganta, como en cámara lenta  caí sobre mi espalda mientras la sangre me ahogaba y cortaba mi respiración, las personas presurosas se acercaron a mi cuerpo maltrecho, ahí estaban todos con sus celulares grabando y cámaras de vídeo desesperados por tener la “exclusiva”, grabando mi agonía mientras los policías trataban de retirarlos y los paramédicos trataban de auxiliarme; yo, con mi último aliento los miré y sonreí sabiendo que al menos una personas que haya escuchado mi mensaje despertará tal y como yo lo hice volviéndose irremediable el despertar del mundo entero.
 
Lic. Héctor Jesús Robles Díaz Mercado
Robles & Robles Abogados