martes, 23 de octubre de 2018

MARTE.


Era el año 2020 cuando comenzó la Tercera Gran Guerra; dos potencias se enfrentaron por la conquista del mundo haciendo uso de su monstruosa maquinaria de guerra; las naciones que se negaron a combatir en uno u otro bando, fueron aplastadas sin mayor dilación y como una sangrienta advertencia para todos los países que se negaran a combatir, la población entera de los países destruidos fue exterminada.
El mundo jamás vio una masacre igual y en las dos décadas que vinieron, cada nación tuvo la obligación de elegir un bando, esperando que aquel que eligieron fuera el ganador.
Por un lado la nación del Norte que proclamaba “libertad y justicia” como su estandarte y por el otro, la nación Roja que despreciaba la hegemonía que la otra había conseguido sobre la mayoría de los países del mundo; ambas naciones comenzaron su ataque sin cuartel el 31 de diciembre del 2020 tras la declaración de guerra que sus mandatarios hicieron saber al mundo tan solo un día antes de que comenzara la guerra.
No hubo escapatoria, cada persona con capacidad de luchar tuvo que hacerlo, hombres, mujeres y niños de manera forzada tomaron las armas y se lanzaron al campo de batalla. El mundo se sumergió en una lucha encarnizada donde los principios de “humanidad” se perdieron para siempre y nos convertimos en un mundo de salvajes donde cualquiera era el enemigo.
Aún recuerdo los estruendos de las primeras bombas cayendo y explotando, aún recuerdo el hedor a muerte que ahogaba mis pulmones a cada paso que daba, y también, recuerdo perfectamente como el mundo civilizado del que estábamos tan orgullosos fue derrumbándose como naipes con una simple brisa de aire.
Esconderse fue inútil, bajo tierra o en una montaña las bombas no dejaban de caer, explotaban y se escucharon gritos de dolor, de miedo y de arrepentimiento durante los siguientes veinte años. Ambas naciones utilizaron su más poderoso arsenal para borrar al otro de la fas del planeta, armas que parecían sacadas de una novela de ciencia ficción y que hacían parecer a las bombas atómicas como simples fuegos artificiales.
Yo fui reclutado por la nación del Norte a los veinte años de edad, a tan solo tres días después de que comenzara la guerra, y a partir de ese momento me convertí en un animal sediento de sangre y ahogado en el miedo que sentía cada vez que éramos arrojados como carroña en un nuevo campo de batalla. Fueron veinte, treinta o tal vez más ciudades las que destruimos mi batallón y yo, todas repletas de cadáveres, los cuervos se regocijaban con los cuerpos a medio podrir de los muertos y nosotros, simplemente los observábamos comérselos, esperando no ser los próximos.
Supongo que era lógico lo que sucedió después, el mundo comenzó a resentir los estragos de la guerra y de las armas que podían destruir montañas enteras de un solo disparo, pues solo diez años después de que comenzara la guerra, comenzaron los terremotos, las inundaciones y las erupciones volcánicas, desastres naturales que la gente comenzó a considerar como una declaración de guerra del propio mundo contra los seres humanos, las pocas personas que no podían luchar se abrazaron a la religión y marchaban en ambas naciones diariamente gritando “paz, paz”.
Por supuesto ambas naciones siguieron combatiendo sin importar esos supuestos mensajes divinos que prometían la destrucción de la humanidad, pues ¡¿Qué iba a importarle a los hombres lo que el mundo nos gritaba?!, si el fin estuviese a punto de llegar, seria a causa de nosotros y no del mundo. Así pasaron veinte años, la declaración de paz vino después de que la población del mundo se extinguió en un 90% y los desastres naturales ocurrían diariamente, las naciones del mundo, bueno, las pocas naciones aun en pie se unieron para tomar decisiones sobre el futuro de la humanidad, pues el 70% de la tierra se había hundido bajo el mar, había sido arrasada por volcanes o bien, los terremotos la habían dejado inservible para ser habitada.
Así, las pocas naciones sobrevivientes pidieron perdón al mundo e hicieron todo lo posible por sanar al planeta, científicos fueron y vinieron en los siguientes cinco años con inventos y teorías que prometían sanar al planeta, pero todo fue inútil, el mundo había “hecho anticuerpos” contra los seres humanos, ahora, el enemigo era el plante entero y no había arma lo suficientemente poderosa que la hiciera temer y retroceder a sus acciones, la respuesta se hizo simple para los mandatarios, el mundo quería deshacerse de nosotros como si fuéramos un virus, y la cura, era nuestra destrucción.
La última opción de la humanidad fue escapar, pero jamás habíamos llegado más allá de la luna, y la intención de un viaje espacial al planeta más cercano se había olvidado y enterrado con el inicio de la guerra, así es que la simple idea sonaba imposible y absurda, pero los mandatarios y los científicos no vieron más opción, no le daban mucho tiempo a nuestro mundo para sustentar la vida, y tampoco había suficientes recursos económicos, humanos y materiales para hacer muchos intentos, así es que tomaron una decisión, un grupo de astronautas de veinte personas abordarían una nave y se dirigirían a explorar el planeta más cercano y mientras tanto, se construiría el arca para transportar a las personas que aun siguieran vivas.
La construcción de nuestra nave tomó dos años, una vez terminada, de inmediato pusieron manos a la obra para construir el arca que prometía la salvación de la humanidad, la cual tardaría cinco o seis años en su construcción. La selección de astronautas fue inmediata, yo fui elegido; tal vez por sobrevivir a la guerra y por mi fiereza en batalla, o tal vez simplemente pensaron que era escoria y un conejillo de indias perfecto para probar el cohete espacial del cual basarían sus datos para construir el arca.
Al entrar a la nave el miedo nos invadió a todos, el mundo, como si supiera nuestro plan de escape, comenzó a temblar con una fuerza monstruosa, la cuenta regresiva fue omitida y se escuchaba por la radio la orden de despegar, de inmediato encendimos los propulsores y la nave comenzó a tomar altura, poco a poco fuimos saliendo de la órbita de nuestro planeta, mientras observábamos la base militar donde fue construida y lanzada la nave ser tragada por la tierra, el miedo nos ahogaba, pues era en ese lugar donde se estaba comenzando la construcción del arca, seguramente pasarían muchos años para iniciar la construcción de una nueva.
Pocos minutos pasaron cuando al fin salimos de la órbita del planeta, la radio estaba en silencio, la nave tenía el plan de vuelo que nos llevaría directamente al planeta que parecía ser la salvación de la humanidad, recuerdo que el viaje fue silencioso, nadie hablo más de lo que fuera necesario, una semana después las alarmas de la nave nos despertaron de golpe… “diez minutos para acercarse a la órbita”… repetía, los pilotos se apresuraron a tomar los controles, mientras maniobraban los instrumentos se escuchó…”piloto automático no funciona”… “proceder a manual”… los pilotos nos ordenaron ponernos los cinturones y prepararnos para el aterrizaje, parecía ser que los instrumentos se habían averiado tras el potente terremoto que nos despidió al dejar nuestro planeta; tomamos asiento, y al entrar a la atmosfera la nave se sacudió fuertemente; ¡no sé cuándo perdí el conocimiento!, pero al despertar estaba rodeado de selva y podía respirar, la atmosfera no era diferente a la de nuestro mundo, la nave estaba hecha polvo, camine kilómetros y solo encontré una sobreviviente más, comunicarnos se había vuelto imposible, tomamos la comida, armas y medicamentos que encontramos y comenzamos a caminar.
Han pasado cien años desde nuestra llegada al tercer planeta de nuestro sistema solar, no puedo explicar del todo la razón por la cual nuestra vida se ha extendido, Amón, la otra sobreviviente y única científica que quedo con vida, me ha explicado que nuestra longevidad se debe a la atmósfera de este planeta, los nativos que nos encontraron nos han tomado como sus dioses, Amón y yo concebimos un hijo al que nombramos Amón Ra, en estos años vimos a nuestro planeta marchitarse y convertirse en un páramo rojizo y distante en las estrellas, creo que somos los únicos sobrevivientes de nuestro mundo, pero aun y cuando nuestras vidas se han alargado, muy seguramente en algún momento debemos morir.
Mi nombre es Ra, viví guerras y devastaciones, vi la destrucción de mi mundo y he contado nuestra historia a los nativos de este planeta con la esperanza de que aprendan de nuestros errores y con la esperanza de que no cometan los mismos, les enseñamos arte y ciencia y ordenamos se erigiera como símbolo de la paz y del recuerdo de nuestro extinto planeta dos leones que miraran hacia las estrellas, los cuales serán nuestra última morada cuando al fin nos llegue la muerte, a nuestro hijo y únicamente a él, le hemos enseñado el arte de la guerra con la esperanza de que jamás lo use, él será nuestro sucesor y deberá traer mil años de esplendor y paz a nuestro nuevo hogar al cual hemos nombrado Tierra.

Lic. Héctor Jesús Robles Díaz Mercado.

Robles & Robles Abogados




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