Era
el año 2020 cuando comenzó la Tercera Gran Guerra; dos potencias se enfrentaron
por la conquista del mundo haciendo uso de su monstruosa maquinaria de guerra;
las naciones que se negaron a combatir en uno u otro bando, fueron aplastadas
sin mayor dilación y como una sangrienta advertencia para todos los países que
se negaran a combatir, la población entera de los países destruidos fue
exterminada.
El
mundo jamás vio una masacre igual y en las dos décadas que vinieron, cada
nación tuvo la obligación de elegir un bando, esperando que aquel que eligieron
fuera el ganador.
Por
un lado la nación del Norte que proclamaba “libertad y justicia” como su
estandarte y por el otro, la nación Roja que despreciaba la hegemonía que la
otra había conseguido sobre la mayoría de los países del mundo; ambas naciones
comenzaron su ataque sin cuartel el 31 de diciembre del 2020 tras la declaración
de guerra que sus mandatarios hicieron saber al mundo tan solo un día antes de
que comenzara la guerra.
No
hubo escapatoria, cada persona con capacidad de luchar tuvo que hacerlo,
hombres, mujeres y niños de manera forzada tomaron las armas y se lanzaron al
campo de batalla. El mundo se sumergió en una lucha encarnizada donde los
principios de “humanidad” se perdieron para siempre y nos convertimos en un
mundo de salvajes donde cualquiera era el enemigo.
Aún
recuerdo los estruendos de las primeras bombas cayendo y explotando, aún
recuerdo el hedor a muerte que ahogaba mis pulmones a cada paso que daba, y
también, recuerdo perfectamente como el mundo civilizado del que estábamos tan
orgullosos fue derrumbándose como naipes con una simple brisa de aire.
Esconderse
fue inútil, bajo tierra o en una montaña las bombas no dejaban de caer,
explotaban y se escucharon gritos de dolor, de miedo y de arrepentimiento
durante los siguientes veinte años. Ambas naciones utilizaron su más poderoso
arsenal para borrar al otro de la fas del planeta, armas que parecían sacadas
de una novela de ciencia ficción y que hacían parecer a las bombas atómicas
como simples fuegos artificiales.
Yo
fui reclutado por la nación del Norte a los veinte años de edad, a tan solo
tres días después de que comenzara la guerra, y a partir de ese momento me
convertí en un animal sediento de sangre y ahogado en el miedo que sentía cada
vez que éramos arrojados como carroña en un nuevo campo de batalla. Fueron
veinte, treinta o tal vez más ciudades las que destruimos mi batallón y yo,
todas repletas de cadáveres, los cuervos se regocijaban con los cuerpos a medio
podrir de los muertos y nosotros, simplemente los observábamos comérselos,
esperando no ser los próximos.
Supongo
que era lógico lo que sucedió después, el mundo comenzó a resentir los estragos
de la guerra y de las armas que podían destruir montañas enteras de un solo
disparo, pues solo diez años después de que comenzara la guerra, comenzaron los
terremotos, las inundaciones y las erupciones volcánicas, desastres naturales
que la gente comenzó a considerar como una declaración de guerra del propio
mundo contra los seres humanos, las pocas personas que no podían luchar se
abrazaron a la religión y marchaban en ambas naciones diariamente gritando
“paz, paz”.
Por
supuesto ambas naciones siguieron combatiendo sin importar esos supuestos
mensajes divinos que prometían la destrucción de la humanidad, pues ¡¿Qué iba a
importarle a los hombres lo que el mundo nos gritaba?!, si el fin estuviese a
punto de llegar, seria a causa de nosotros y no del mundo. Así pasaron veinte
años, la declaración de paz vino después de que la población del mundo se
extinguió en un 90% y los desastres naturales ocurrían diariamente, las
naciones del mundo, bueno, las pocas naciones aun en pie se unieron para tomar
decisiones sobre el futuro de la humanidad, pues el 70% de la tierra se había
hundido bajo el mar, había sido arrasada por volcanes o bien, los terremotos la
habían dejado inservible para ser habitada.
Así,
las pocas naciones sobrevivientes pidieron perdón al mundo e hicieron todo lo
posible por sanar al planeta, científicos fueron y vinieron en los siguientes
cinco años con inventos y teorías que prometían sanar al planeta, pero todo fue
inútil, el mundo había “hecho anticuerpos” contra los seres humanos, ahora, el
enemigo era el plante entero y no había arma lo suficientemente poderosa que la
hiciera temer y retroceder a sus acciones, la respuesta se hizo simple para los
mandatarios, el mundo quería deshacerse de nosotros como si fuéramos un virus,
y la cura, era nuestra destrucción.
La
última opción de la humanidad fue escapar, pero jamás habíamos llegado más allá
de la luna, y la intención de un viaje espacial al planeta más cercano se había
olvidado y enterrado con el inicio de la guerra, así es que la simple idea
sonaba imposible y absurda, pero los mandatarios y los científicos no vieron
más opción, no le daban mucho tiempo a nuestro mundo para sustentar la vida, y
tampoco había suficientes recursos económicos, humanos y materiales para hacer
muchos intentos, así es que tomaron una decisión, un grupo de astronautas de
veinte personas abordarían una nave y se dirigirían a explorar el planeta más
cercano y mientras tanto, se construiría el arca para transportar a las
personas que aun siguieran vivas.
La
construcción de nuestra nave tomó dos años, una vez terminada, de inmediato
pusieron manos a la obra para construir el arca que prometía la salvación de la
humanidad, la cual tardaría cinco o seis años en su construcción. La selección
de astronautas fue inmediata, yo fui elegido; tal vez por sobrevivir a la
guerra y por mi fiereza en batalla, o tal vez simplemente pensaron que era
escoria y un conejillo de indias perfecto para probar el cohete espacial del
cual basarían sus datos para construir el arca.
Al
entrar a la nave el miedo nos invadió a todos, el mundo, como si supiera
nuestro plan de escape, comenzó a temblar con una fuerza monstruosa, la cuenta
regresiva fue omitida y se escuchaba por la radio la orden de despegar, de
inmediato encendimos los propulsores y la nave comenzó a tomar altura, poco a
poco fuimos saliendo de la órbita de nuestro planeta, mientras observábamos la
base militar donde fue construida y lanzada la nave ser tragada por la tierra,
el miedo nos ahogaba, pues era en ese lugar donde se estaba comenzando la
construcción del arca, seguramente pasarían muchos años para iniciar la
construcción de una nueva.
Pocos
minutos pasaron cuando al fin salimos de la órbita del planeta, la radio estaba
en silencio, la nave tenía el plan de vuelo que nos llevaría directamente al
planeta que parecía ser la salvación de la humanidad, recuerdo que el viaje fue
silencioso, nadie hablo más de lo que fuera necesario, una semana después las
alarmas de la nave nos despertaron de golpe… “diez minutos para acercarse a la
órbita”… repetía, los pilotos se apresuraron a tomar los controles, mientras
maniobraban los instrumentos se escuchó…”piloto automático no funciona”…
“proceder a manual”… los pilotos nos ordenaron ponernos los cinturones y
prepararnos para el aterrizaje, parecía ser que los instrumentos se habían
averiado tras el potente terremoto que nos despidió al dejar nuestro planeta;
tomamos asiento, y al entrar a la atmosfera la nave se sacudió fuertemente; ¡no
sé cuándo perdí el conocimiento!, pero al despertar estaba rodeado de selva y
podía respirar, la atmosfera no era diferente a la de nuestro mundo, la nave
estaba hecha polvo, camine kilómetros y solo encontré una sobreviviente más,
comunicarnos se había vuelto imposible, tomamos la comida, armas y medicamentos
que encontramos y comenzamos a caminar.
Han
pasado cien años desde nuestra llegada al tercer planeta de nuestro sistema
solar, no puedo explicar del todo la razón por la cual nuestra vida se ha
extendido, Amón, la otra sobreviviente y única científica que quedo con vida,
me ha explicado que nuestra longevidad se debe a la atmósfera de este planeta,
los nativos que nos encontraron nos han tomado como sus dioses, Amón y yo
concebimos un hijo al que nombramos Amón Ra, en estos años vimos a nuestro
planeta marchitarse y convertirse en un páramo rojizo y distante en las
estrellas, creo que somos los únicos sobrevivientes de nuestro mundo, pero aun
y cuando nuestras vidas se han alargado, muy seguramente en algún momento
debemos morir.
Mi
nombre es Ra, viví guerras y devastaciones, vi la destrucción de mi mundo y he
contado nuestra historia a los nativos de este planeta con la esperanza de que
aprendan de nuestros errores y con la esperanza de que no cometan los mismos,
les enseñamos arte y ciencia y ordenamos se erigiera como símbolo de la paz y
del recuerdo de nuestro extinto planeta dos leones que miraran hacia las
estrellas, los cuales serán nuestra última morada cuando al fin nos llegue la
muerte, a nuestro hijo y únicamente a él, le hemos enseñado el arte de la
guerra con la esperanza de que jamás lo use, él será nuestro sucesor y deberá
traer mil años de esplendor y paz a nuestro nuevo hogar al cual hemos nombrado
Tierra.
Lic. Héctor Jesús Robles Díaz Mercado.
Robles & Robles Abogados
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