miércoles, 7 de noviembre de 2018

LA SENSACIÓN.


¿Alguna vez te has sentido solo?, ¿alguna vez has despertado creyendo que sigues soñando y que ese sueño es tan vívido que parece la realidad?; entonces, concluyo que sabes lo mismo que yo, que sabes que algo está mal, que alguien o algo te observa tras la ventana o por el ojillo de la puerta; tras la cortina o bien, que algo se encuentra tras de ti observado cada movimiento, cada pensamiento, cada sentimiento y cada acción que realizas durante el día.

Supongo que lo que estás leyendo no es algo desconocido para ti, supongo que conoces bien ese sentimiento de soledad del que te hablo y también que sabes que esa soledad extrañamente se encuentra acompañada de una sensación de compañía “desconocida”; ¡sí!, esa sensación que tienes al estar a solas y sientes una brisa fría recorrer tu espina, aquel ruido sordo que interrumpe abruptamente el silencio; aquel escalofrío que te recorre y hace que enciendas las luces o te muevas de tu silla para revisar que no haya nadie más, me refiero a ese sentimiento que ahora mismo sientes y que se hace más y más palpable, que te hace voltear la vista de manera precipitada y que hace latir rápidamente tu corazón.

Imagino que como yo, ahora mismo lo estas percibiendo; te incomoda y te sobresalta, pero a diferencia de mí, no sabes lo que es y has decidido pensar que es solo tu imaginación la que crea ese sentimiento sobrecogedor que ahora mismo te llena de incomodidad. Déjame decirte que te equivocas, no es tu imaginación, es algo más grande que eso, más grande que tú y que yo. ¿Te has puesto nervioso?, ¡supongo que sí y con mucha razón!, ahora mismo te observa y lo sabes, puedes sentir incluso su respiración en tu cuello y tu corazón se está acelerando rápidamente, ¿te sientes incomodo?, ¿tus manos están temblado o ya sientes el escalofrió?, es “él” o “eso” o como sea que lo llames, puedo apostar que ahora mismo te abruma el sentimiento de soledad al que probablemente ya estés acostumbrado y en tus labios se dibuja una sonrisa nerviosa de incredulidad.

Creo que debo contarte cómo es que sé sobre “eso”, pues bien, creo que soy una persona normal, tal y como tú lo eres, tengo 32 años de edad y vivo en la Ciudad de México, mi vida no es exactamente digna de contarse ni tampoco es extraordinaria como las historias de las películas; simplemente soy un tipo común y corriente que ha vivido aquejado por la soledad y la cotidianeidad que, supongo, abruma a todas las personas que vivimos en grandes ciudades, pero a diferencia de todas las demás personas, me ha obsesionado desde que tengo memoria ese sentimiento del que te hablo y que tu comprendes; desde que recuerdo siempre me ha gustado estar solo, pero aun y cuando no hay nadie a mi alrededor, siempre he tenido la sensación de no estar completamente solo, tal y como ahora tú también lo estas sintiendo. Imagino que las obsesiones no son sanas, lo he visto y escuchado en la televisión e incluso en internet, pero saber ¿Qué es lo que es “eso”? me ha hecho pasar muchas noches en vela.

Tanta fue mi desesperación por saber ¿Qué es esa sensación?, que pronto me vi con ojeras en los ojos, más delgado y con el rostro demacrado; me miraba al espejo y no me reconocía; llego a tal punto mi desesperación y obsesión que incluso deje mi trabajo y me aleje de mi familia y mientras más solo estaba, más sentía esa presencia que acompañaba mi soledad.

No sé exactamente cuánto tiempo pase encerrado en mi departamento sin salir y sin comunicarme con nadie, pero llegó un momento en el que los pasillos se empezaron a cubrir de sombras que cada día lo oscurecían más, incluso en los días soleados y abriendo las ventanas y cortinas no había mucho cambio; mi departamento se convirtió en un lugar lúgubre y frio donde estar solo me estaba consumiendo, por lo que asustado por mi estado físico y mental decidí, con ánimos renovados, dejar esa obsesión, buscar un nuevo empleo y mudarme de departamento.

Aún recuerdo el año, era el 2014 y al fin todo parecía ir mejor, acababa de mudarme a un nuevo departamento, tenía un nuevo empleo e incluso una hermosa novia, pero aun estando con ella, seguía sintiéndome solo y seguía sintiendo cada día esa extraña compañía que me perseguía a todos lados y que, aun tratando de ignorar esa sensación, había veces que me abrumaba nuevamente hasta el punto de desesperarme. Para evitar caer en la tentación de obsesionarme nuevamente con el tema, tal vez para tener algo que me distrajera o para no sentirme solo, le pedí a mi novia que se mudara conmigo; ella, con una enorme sonrisa aceptó y para mediados de ese mismo año ya estábamos viviendo juntos.

Por supuesto, tal y como tú lo sabes, ¡no hay escapatoria para esto!, por más que lo evites o lo ignores, la sensación siempre regresa. Para diciembre de 2014 todo empezó a ir mal, el nuevo departamento se tornó sombrío tal y como el anterior y la relación con mi novia comenzó a ir de mal en peor; era como si “eso” tratara de arrastrarme nuevamente, hasta que el 25 de diciembre, después de una gran pelea con mi novia, justo en la madrugada de navidad, ella se marchó.

Recuerdo perfectamente ese momento, justo al azotar la puerta cuando se fue, el departamento se oscureció nuevamente y de golpe, lo vi, lo percibí, pero no hice caso. Estaba destrozado y lo único que pude hacer fue acostarme en mi cama mientras fumaba un cigarrillo; ¡no sé cuándo me quede dormido!, pero desperté hasta el mediodía de navidad, al abrir los ojos vi en el marco de la puerta de la entrada de mi habitación una enorme sombra oscura que se desvanecía como si supiera que la había visto; el departamento estaba helado, pero no preste atención; ¡no me importó!. Así pasaron los días hasta que el 31 de diciembre de 2014, después de recibir incontables llamadas y mensajes de mi familia preguntándome como estaba, si iba a asistir a la cena de año nuevo, pidiendo que me comunique, me senté en el sillón de la sala mientras usaba una frazada que me cubría la espalda del frio, encendí un cigarro y mientras miraba esa lúgubre oscuridad que parecía haberse apoderado de mi departamento, dije en voz alta ¿Qué demonios eres?... por supuesto no hubo respuesta, así que nuevamente dije ¡cobarde!, ¡deja de esconderte en las sombras!, ¡sé que estas aquí!, ¡maldito seas!, me has quitado todo, ¡sal de una maldita vez!... así pase horas, maldiciendo a “esa cosa” o “sensación” o como quieras llamarla, ¡estaba desesperado!.

Ese 31 de diciembre fue extraño, el edifico en el que vivía estaba completamente solo o bien, eso me parecía pues no había ni un solo ruido, al parecer era el único que se había quedado; en la ciudad no había ruido, o al menos en mi Colonia parecía que no había nadie, era como si yo fuera el único en muchas cuadras a la redonda, el silencio era sobrecogedor.

Mientras pasaban las horas, al llegar la tarde, cuando el sol se pone en el horizonte, por la ventana que daba justo a la calle, el resplandor naranja que cada día entraba por la ventana fue disminuyendo poco a poco; yo, sentado aun en el sillón de la sala seguía desesperado, balbuceaba insultos y maldiciones, retaba a esa cosa que siempre me había aquejado a salir de su escondite, la retaba a que se posara frente a mí.

No sé cómo describir la sensación que sentí en ese atardecer… me levante del sillón y encendí la luz de la sala, pero, aun y con esa luz, el departamento se seguía viendo oscuro; ¿¡cómo explicarlo!?...; era como entrar en un sótano y encender un foco antiguo de 25 watts, de esos que hacían más sombra de lo que iluminaban y que hacían ver las cosas más lúgubres de lo que en realidad eran; ¡así se veía siempre mi departamento!, con sombras, ruidos extraños, rechinidos y ya se había hecho muy común ver por el rabillo del ojo sombras que se movían. Fue un atardecer inolvidable, yo, sentado en el sillón mirando a la nada, maldiciendo al viento, retando a aquello que me había acechado toda mi vida y desesperado por respuestas de “algo” que nunca había visto pero sabía que estaba allí.

Llegó un momento en el que mis pensamientos se volvieron contra mí, comencé a preguntarme si estaba loco, si tal vez, simplemente esa soledad era producto de mi incipiente forma de ser y de relacionarme con las personas; ¡no sé si llamarlo introspectiva o desolación!; ¡es más!, ni siquiera sé si culparme a mí mismo era un intento absurdo por auto consolarme; simplemente creo que estaba desesperado y cansado.

Se dice muy comúnmente que no debes retar a Dios, pero ese día también arremetí contra él, lo maldije, lo rete y desborde mi rabia en contra de todo lo que representaba para mí y para el mundo; fue desesperante, pedía a gritos que me diera una respuesta, rogué por su ayuda y tampoco él respondió. ¿Cómo debe actuar una persona en mi estado?, ¿Cuánto puede aguantar una persona que ha sido desquiciada por “esa cosa” que lo acompaña hasta en sus momentos más íntimos?; ¡yo no lo sé!, simplemente me desquite con él por permitir que eso me estuviese pasando a mí. Al parecer, tal y como “esa cosa” únicamente Dios era un observador malicioso que se burlaba de mí, tal vez ambos se estaban mofando mientras me observaban como un niño que observa hormigas y que irremediablemente decide, de manera aleatoria, aplastar a alguna por simple capricho o diversión. Eso mismo parecía que sucedía, ambos estaban mirándome con una lupa y quemándome por el simple hecho de que se encontraban aburridos o tal vez, simplemente jugaban, tal vez, simplemente me había convertido en su entretenimiento temporal y me dejarían hasta que se aburrieran de mi… ¡no lo sé!, tal vez suena exagerado, pero eso era lo que sentía en ese momento.

Pedía; ¡no!, más bien exigía que alguno de los dos diera la cara, que me enfrentaran y dejaran de jugar; ¡no me importaba si era Dios o “esa cosa”!, simplemente quería saber, entender lo que estaba pasando; saber ¿Por qué?.

Como te dije, ese 31 de diciembre fue inolvidable, pues antes de que el nuevo año llegara con sus promesas vacías, ¡yo había perdido la cordura!… a partir de ese día mis recuerdos se vuelven algo vagos, nublados, desenfocados; vienen y van como la marea del mar y se pierden en la arena de la existencia. Me es difícil recordar el año, el mes o el día en el que vivía; ¡no se!, me había convertido en un zombi que ni siquiera recordaba cómo y cuándo había dejado su departamento, su empleo y su vida atrás olvidada, y que ahora no era más que un vagabundo.

Esos tiempos fueron oscuros, era como si cada día fuese lluvioso, como si la tristeza y la soledad me hubieran atrapado irremediablemente para jamás dejarme escapar; pero… de alguna manera, estando ahí atrapado en mi soledad, en la inmundicia en que me encontraba y en el silencio de las calles ¡aun lo sentía!, más palpable que nunca; “esa sensación de ser observado”, “esa sensación de compañía” o de que algo o alguien estaba allí, tras de mí, mirándome, burlándose.

¿Qué tan bajo caí? ¡No lo sé!, pero supongo que cuando un hombre se ve hurgando en la basura y peleando con las ratas por un pedazo de pan, es suficiente para considerar que no puede llegar más bajo. De repente, me vi hablándole a la nada, me vi huyendo de las sombras que sentía que me perseguían y me vi solo, más solo de lo que cualquier ser humano puede soportar.

De aquellos recuerdos vagos que tengo de esos tiempos, recuerdo ojos; ¡muchos ojos que me miraban!, sentía su desprecio, sentía su rabia y odio en mi contra; ¡sí!, eran las personas de la ciudad que pasaban junto a mí y me veían como un objeto podrido que debía ser desechado, un estorbo que les robaba su valioso oxígeno, un cuerpo sin vida que vagaba sin rumbo. ¡Tenían razón!, yo no era nadie ni nada, me había quedado vacío; mi cuerpo era un cascaron sin vida temeroso de todo y que en ocasiones recobraba el sufriente sentido para gravar en su mente esas imágenes de esos ojos de odio.

Cuando esos momentos de lucidez llegaban y podía o más bien me atrevía a mirarme, era obscena y vomitiva la imagen que observaba, me había convertido en un hombre sucio, ¡vomitivo!, con las uñas largas y llenas de suciedad, el cabello… ¡oh sí!... el cabello era asqueroso, estaba duro y grasoso, la caspa caía de él con cualquier simple movimiento, caspa que caía en mis cejas y en mis ojos y que había ocasionado una clase de infección en ellos, pues se habían tornado amarillentos y lagrimosos, llenos de chinguiñas que hacían que mis ojos se entreabrieran con dificultad. Nunca fui un hombre al que le creciera barba, entonces, ¡ya te imaginaras el poco bello facial en ese rostro!; la boca era horrible, aun no sé cómo y cuándo perdí mis dientes, mis labios estaban resecos, blancos con una especie de masilla blanquecina y amarillenta que al parecer salía del interior de mi boca, los pocos dientes que me quedaban estaban negros, y el olor que emitía era como el olor a huevo podrido; ¡en fin!, tal y como me veían las personas por la calle, si parecía un muerto y yo lo sabía, tal vez esa fue la razón por la cual no llame a mi familia cuando estaba lucido, me avergonzaba mi estado, ¡ya no era humano!.

Por suerte, los momentos de lucidez eran pocos y cuando éstos llegaban, apenas me daba tiempo de mirarme y sollozar por el estado en el que me encontraba, pues tan repentino como un relámpago en la oscuridad que ilumina por segundos el horizonte, mi lucidez desaparecía y volvía a la oscuridad. Creo que era primavera o verano pues hacía mucho calor cuando un momento de lucidez llegó, cuando “desperté” o “reaccione”, estaba postrado en el suelo sobre una sábana llena de sangre, en un lugar que parecía una especie de fábrica, estaba sucia y los metales y tubos que había en techos y paredes estaban oxidados, había ratas y cucarachas, me asuste y más aún cuando vi la sabana y el piso cubiertos de sangre, inmediatamente comencé a revisarme, cabeza, cuello, espalda, torso, pies…. ¡nada!, no tenía ninguna herida, ¡no era mi sangre!... me asuste ¿Qué hice? ¡Pensé de inmediato!, cerré fuertemente los ojos tratando de recordar algo, una imagen, ¡cualquier cosa!... Pero… No sirvió de nada, no recordé y peor aún, ni siquiera sabía dónde estaba; busque la salida desesperadamente pero no la encontraba. Como te habrás dado cuenta algo estaba mal, era demasiado tiempo de lucidez, estaba “en mis cinco sentidos” por así decirlo, ¿Qué pasaba?, comencé a gritar… ¡auxilio!, ¡ayuda!... pero nadie respondía, solo asustaba a las ratas y cucarachas que había por millares en ese lugar, me senté en una esquina asustado, llorando, gritando y después de muchas horas comencé nuevamente a maldecir, si, tal y como lo hice ese 31 de diciembre, pero esta vez con más rabia, con más “demencia”, maldije a Dios, maldije a “esa sensación”, a “eso” que me acechaba, maldije hasta que mi garganta comenzó a sangrar, golpee las paredes y los pisos hasta que mis pies y manos sangraron, maldije una y otra vez, maldije mi vida, me maldije yo mismo.

¿Cómo llegue a ese lugar? Es una pregunta que aun el día de hoy me hago. Estaba tan solo, tan asustado que era estremecedor, recuerdo que en el charco de sangre que había dejado tras golpear las paredes y los pisos me vi reflejado, ¡asqueroso!, me odie, comencé a golpearme yo mismo en el rostro como un loco, me rasguñaba; ¡quería lastimarme!, ¡quería enloquecer y no recordar más!, ¡quería morir!... arranque mi piel del rostro y mi cuerpo, la tomaba como si fuera un trapo húmedo con las manos y jalaba fuertemente, me ardía, me dolía, sangraba a chorros pero no moría…. ¡¿Por qué!?, ¡¿Por qué!?, ¡¿Por qué!? Gritaba una y otra vez hasta que…. Las … sombras…. La noche… ¡no sé cómo describirlo!, pero, era como si… como si la noche se postrara frente a mi…. Enorme, oscura, ¡aterradora!.... ¡infinita!... ¡al fin!, era “eso”, “esa cosa”, lo que me asechaba, lo que me había arruinado la vida, lo que se venía burlando de mi desde siempre, ¡lo que había acabado conmigo!.

Estaba aterrado, era como ver la maldad en su más pura expresión, era como adentrarte en una oscuridad infinita, quería moverme, gritar, pero no pude, solo me quede mirándola mientras se hacía más y más grande, más y más oscura. Comencé a temblar, cada parte de mi cuerpo comenzó a temblar, mi corazón se aceleró tanto que creí que explotaría, y me sentí tan solo y tan abrumado por esa sensación que creí que moriría. Esa cosa, estaba justo frente a mí, el sentimiento de soledad y de ser observado se había puesto justo frente a mí, el piso temblaba y las paredes tronaban como si fueran a romperse, los techos parecía como si estuvieran siendo aplastados; ¡no se!, era el miedo mismo aceptado mi reto y yo, era un estropajo que parecía más un muerto que un hombre, no era nada y no podía hacer nada.

No emitía sonidos, era como si nada y todo estuviera en un solo lugar… ¡frente a mí!, erguido como una fuerza imparable de la naturaleza ¡no!, más bien ¡del mismo universo!, sentía su enorme presencia corroyendo mi alma, congelando mi respiración, asfixiándome; era el silencio absoluto. Trataba de moverme, de escapar, nada podía hacer, nada podía decir, ¡nada!, ¡absolutamente nada!...

De pronto, esa oscuridad tomo forma “humanoide”, era como la silueta de una persona enorme, parada justo frente a mí, se formaron dos ojos luminosos, tan brillantes que era como ver directamente al sol, era como si esa horrible oscuridad tuviera atrapada en su interior toda la luz del universo, ¡estoy seguro que eran sus ojos! Pues estos me miraban, no fue necesario que pronunciara una palabra, con mirarlo a esos soles que figuraban como un par de ojos brillantes por dentro y rodeados de oscuridad, fue suficiente para comprender lo que quería y lo que buscaba; ¡me buscaba a mí!... quería mi alma… ¡mi humanidad!.

Me es difícil describir lo que en ese momento sentía, ¿recuerdas la sensación de que te he estado hablando?, pues bien, era esa misma sensación de soledad, de tristeza, de ser observado y vigilado, era todo aquello que había sentido antes multiplicado por el infinito, me sentía agotado, aterrado y congelado; todo mi cuerpo estaba en un estado de letargo, me sentía asfixiado y claustrofóbico, era como sentir el todo y la nada al mismo tiempo y percibir el mismo telar del universo… era una sensación devastadora, implacable. ¡Sabía que me quería a mí!, pero ¿¡Por qué!?, ¡¿Qué había en mí!?, ¿¡Qué podía querer de mi ese monstruo!?. De pronto, dos enormes alas ennegrecidas se extendieron; las galaxias, las estrellas, los planetas, yo; todo estaba en su interior… ¿lo había devorado todo!?, o tal vez todo era parte de “esa cosa”; me envolvió con esas enormes alas, me abrazó… era extrañamente cálido y extrañamente apacible; el miedo y la inseguridad desaparecieron; ¡me estaba devorando! O tal vez ¡me estaba consumiendo!; pero sentí una paz que jamás había sentido, caí en su interior, me volví uno con él y con el todo, nos fusionamos en un baile cósmico donde la vida y la muerte no tienen sentido alguno, ¡lo sentía!, estaba volviéndome uno con él, si, tenía que consumir mi alma y mi humanidad; ¡lo entendía al fin!, era como un cangrejo que cambia de caparazón y yo era su nuevo recipiente, debía consumirme por completo, orillarme a la locura e inmundicia absoluta amen de poder borrar todo rastro de esperanza, amor, odio y cualquier sentimiento mortal; ¡lo comprendía!, ¡ya era el tiempo!, ¡milenios tuvieron que pasar para encontrar un nuevo cascaron que ocupar!... ¡me eligió a mí!.

¿Estaba muriendo?... en realidad no, más bien estaba renaciendo más allá de la conciencia misma. No era Dios; tampoco era el demonio, era algo más allá de tales deidades, me estaba convirtiendo en algo imparable e inentendible, el bien y el mal, Dios y el Diablo dejaron de tener sentido, mientras era consumido tomé en una mano la vida y en la otra la muerte, con un soplido borre el tiempo y con un chasquido de mis dedos consumí galaxias. Me gustaba la sensación, la deseaba, quería que jamás se detuviera, quería que ¡todo! Y ¡el todo! Fuera yo, era enervante y adictiva esa sensación. Todo se había vuelto un remolino imparable e irreversible, gigantesco e interminable y de pronto... Desperté… ¡sí!, desperté en mi cama, sudando, llorando, gritando, ¡¿había sido un sueño!?... me levante presuroso, pero… ¿dónde estaba?, había despertado en un lugar que me parecía conocido, como un recuerdo lejano, busque un espejo, corría, daba vueltas alrededor de la habitación en la que desperté, no sabía dónde estaba nada, al fin, puesto en la pared lo vi, un espejo, me acerque y… ¡desperté siendo un niño!… ¡un maldito mocoso!... ¿¡a donde se había ido mi vida!?... me asuste y salí corriendo de la habitación; por el pasillo venia alguien caminando, era… ¿¡era mi padre!?... pero… era joven… ¿Qué estaba pasando?... mi padre me abrazó y me dijo fue una pesadilla hijo ¡tranquilo!. Me cargó… ¡si!, me tomo en sus brazos y me cargo de vuelta a la cama… ¿¡Cómo era posible!?, soñé una vida entera, soñé empleos, escuelas, novias; simplemente soñé una vida en tan solo una noche, siendo un niño pequeño, ¿¡fue solo mi imaginación!?, ¿un niño pequeño puede imaginar una vida con lujo de detalles!?.

¿Sabes?, me he tratado de convencer desde entonces que todo fue un sueño, he intentado despejar mi mente y olvidar, he tratado sin éxito alguno de olvidar todo aquello que viví en mi letargo, tal vez en verdad fue mi imaginación, supongo que solo fue un mal sueño de esos que te sobresaltan por las noches, de esos que son tan vividos como la realidad, de esa clase de sueños que te hacen rogar por despertar y saber que estas a salvo.

Desde ese día, las cosas han sido algo “extrañas”, me siento como en un deja vu, como en un bucle infinito del que no puedo salir o escapar, me miro al espejo y veo al hombre del sueño, tengo recuerdos de una vida que jamás viví. ¿Puedes imaginar cómo es la vida de alguien que ha vivido dos veces?, tal vez creas que es un regalo “reiniciar” la vida; para mí, ha sido una vida vacía; insulsa y sin sentido alguno; ¡una simple repetición de eventos!. ¿Te has sentido así?, ¿ahora mismo te encuentras leyendo esto y te es familiar el sentimiento del que te hablo?, supongo que si pues no te has detenido ni un segundo, has seguido leyendo hasta el final, y ahora, estas sintiendo nuevamente esa sensación, te sientes nervioso y sobresaltado, ¿se han movido las cortinas? O ¿se ha escuchado un ruido extraño?, ¿ya sientes ese escalofrió?.

Creo que es mejor pensar que todo fue producto de mi imaginación, simplemente me fui a acostar una noche cuando niño y tuve un mal sueño, supongo que eso es lo mejor, la imaginación de un niño es ilimitada ¿no?, al menos eso es lo que se dice, a lo mejor vi una película que me asusto antes de irme a dormir, tal vez simplemente estaba cansado o enfermo, creo y me esfuerzo por creer que solo fue un mal sueño.

¿Sabes que es lo más extraño de todo?, desde ese “mal sueño” que tuve de niño, me he obsesionado por ese sentimiento de soledad que siempre, de manera irremediable, viene acompañado de una sensación de ser observado.

Lic. Héctor Jesús Robles Díaz Mercado.
Robles & Robles Abogados.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario