¿Alguna vez te has sentido
solo?, ¿alguna vez has despertado creyendo que sigues soñando y que ese sueño
es tan vívido que parece la realidad?; entonces, concluyo que sabes lo mismo
que yo, que sabes que algo está mal, que alguien o algo te observa tras la
ventana o por el ojillo de la puerta; tras la cortina o bien, que algo se
encuentra tras de ti observado cada movimiento, cada pensamiento, cada sentimiento
y cada acción que realizas durante el día.
Supongo que lo que estás
leyendo no es algo desconocido para ti, supongo que conoces bien ese
sentimiento de soledad del que te hablo y también que sabes que esa soledad
extrañamente se encuentra acompañada de una sensación de compañía
“desconocida”; ¡sí!, esa sensación que tienes al estar a solas y sientes una
brisa fría recorrer tu espina, aquel ruido sordo que interrumpe abruptamente el
silencio; aquel escalofrío que te recorre y hace que enciendas las luces o te
muevas de tu silla para revisar que no haya nadie más, me refiero a ese
sentimiento que ahora mismo sientes y que se hace más y más palpable, que te
hace voltear la vista de manera precipitada y que hace latir rápidamente tu
corazón.
Imagino que como yo, ahora
mismo lo estas percibiendo; te incomoda y te sobresalta, pero a diferencia de mí,
no sabes lo que es y has decidido pensar que es solo tu imaginación la que crea
ese sentimiento sobrecogedor que ahora mismo te llena de incomodidad. Déjame
decirte que te equivocas, no es tu imaginación, es algo más grande que eso, más
grande que tú y que yo. ¿Te has puesto nervioso?, ¡supongo que sí y con mucha
razón!, ahora mismo te observa y lo sabes, puedes sentir incluso su respiración
en tu cuello y tu corazón se está acelerando rápidamente, ¿te sientes
incomodo?, ¿tus manos están temblado o ya sientes el escalofrió?, es “él” o
“eso” o como sea que lo llames, puedo apostar que ahora mismo te abruma el sentimiento
de soledad al que probablemente ya estés acostumbrado y en tus labios se dibuja
una sonrisa nerviosa de incredulidad.
Creo que debo contarte cómo
es que sé sobre “eso”, pues bien, creo que soy una persona normal, tal y como
tú lo eres, tengo 32 años de edad y vivo en la Ciudad de México, mi vida no es
exactamente digna de contarse ni tampoco es extraordinaria como las historias
de las películas; simplemente soy un tipo común y corriente que ha vivido
aquejado por la soledad y la cotidianeidad que, supongo, abruma a todas las
personas que vivimos en grandes ciudades, pero a diferencia de todas las demás
personas, me ha obsesionado desde que tengo memoria ese sentimiento del que te
hablo y que tu comprendes; desde que recuerdo siempre me ha gustado estar solo,
pero aun y cuando no hay nadie a mi alrededor, siempre he tenido la sensación
de no estar completamente solo, tal y como ahora tú también lo estas sintiendo.
Imagino que las obsesiones no son sanas, lo he visto y escuchado en la
televisión e incluso en internet, pero saber ¿Qué es lo que es “eso”? me ha
hecho pasar muchas noches en vela.
Tanta fue mi desesperación
por saber ¿Qué es esa sensación?, que pronto me vi con ojeras en los ojos, más
delgado y con el rostro demacrado; me miraba al espejo y no me reconocía; llego
a tal punto mi desesperación y obsesión que incluso deje mi trabajo y me aleje
de mi familia y mientras más solo estaba, más sentía esa presencia que
acompañaba mi soledad.
No sé exactamente cuánto
tiempo pase encerrado en mi departamento sin salir y sin comunicarme con nadie,
pero llegó un momento en el que los pasillos se empezaron a cubrir de sombras
que cada día lo oscurecían más, incluso en los días soleados y abriendo las ventanas
y cortinas no había mucho cambio; mi departamento se convirtió en un lugar
lúgubre y frio donde estar solo me estaba consumiendo, por lo que asustado por
mi estado físico y mental decidí, con ánimos renovados, dejar esa obsesión,
buscar un nuevo empleo y mudarme de departamento.
Aún recuerdo el año, era el
2014 y al fin todo parecía ir mejor, acababa de mudarme a un nuevo
departamento, tenía un nuevo empleo e incluso una hermosa novia, pero aun
estando con ella, seguía sintiéndome solo y seguía sintiendo cada día esa
extraña compañía que me perseguía a todos lados y que, aun tratando de ignorar
esa sensación, había veces que me abrumaba nuevamente hasta el punto de
desesperarme. Para evitar caer en la tentación de obsesionarme nuevamente con
el tema, tal vez para tener algo que me distrajera o para no sentirme solo, le
pedí a mi novia que se mudara conmigo; ella, con una enorme sonrisa aceptó y
para mediados de ese mismo año ya estábamos viviendo juntos.
Por supuesto, tal y como tú
lo sabes, ¡no hay escapatoria para esto!, por más que lo evites o lo ignores,
la sensación siempre regresa. Para diciembre de 2014 todo empezó a ir mal, el
nuevo departamento se tornó sombrío tal y como el anterior y la relación con mi
novia comenzó a ir de mal en peor; era como si “eso” tratara de arrastrarme
nuevamente, hasta que el 25 de diciembre, después de una gran pelea con mi
novia, justo en la madrugada de navidad, ella se marchó.
Recuerdo perfectamente ese
momento, justo al azotar la puerta cuando se fue, el departamento se oscureció
nuevamente y de golpe, lo vi, lo percibí, pero no hice caso. Estaba destrozado
y lo único que pude hacer fue acostarme en mi cama mientras fumaba un
cigarrillo; ¡no sé cuándo me quede dormido!, pero desperté hasta el mediodía de
navidad, al abrir los ojos vi en el marco de la puerta de la entrada de mi
habitación una enorme sombra oscura que se desvanecía como si supiera que la
había visto; el departamento estaba helado, pero no preste atención; ¡no me
importó!. Así pasaron los días hasta que el 31 de diciembre de 2014, después de
recibir incontables llamadas y mensajes de mi familia preguntándome como
estaba, si iba a asistir a la cena de año nuevo, pidiendo que me comunique, me
senté en el sillón de la sala mientras usaba una frazada que me cubría la
espalda del frio, encendí un cigarro y mientras miraba esa lúgubre oscuridad
que parecía haberse apoderado de mi departamento, dije en voz alta ¿Qué demonios eres?... por supuesto no
hubo respuesta, así que nuevamente dije ¡cobarde!,
¡deja de esconderte en las sombras!, ¡sé que estas aquí!, ¡maldito seas!, me has quitado todo, ¡sal de una maldita vez!... así pase
horas, maldiciendo a “esa cosa” o “sensación” o como quieras llamarla, ¡estaba
desesperado!.
Ese 31 de diciembre fue
extraño, el edifico en el que vivía estaba completamente solo o bien, eso me
parecía pues no había ni un solo ruido, al parecer era el único que se había
quedado; en la ciudad no había ruido, o al menos en mi Colonia parecía que no
había nadie, era como si yo fuera el único en muchas cuadras a la redonda, el
silencio era sobrecogedor.
Mientras pasaban las horas,
al llegar la tarde, cuando el sol se pone en el horizonte, por la ventana que
daba justo a la calle, el resplandor naranja que cada día entraba por la
ventana fue disminuyendo poco a poco; yo, sentado aun en el sillón de la sala
seguía desesperado, balbuceaba insultos y maldiciones, retaba a esa cosa que
siempre me había aquejado a salir de su escondite, la retaba a que se posara
frente a mí.
No sé cómo describir la
sensación que sentí en ese atardecer… me levante del sillón y encendí la luz de
la sala, pero, aun y con esa luz, el departamento se seguía viendo oscuro;
¿¡cómo explicarlo!?...; era como entrar en un sótano y encender un foco antiguo
de 25 watts, de esos que hacían más sombra de lo que iluminaban y que hacían
ver las cosas más lúgubres de lo que en realidad eran; ¡así se veía siempre mi
departamento!, con sombras, ruidos extraños, rechinidos y ya se había hecho muy
común ver por el rabillo del ojo sombras que se movían. Fue un atardecer
inolvidable, yo, sentado en el sillón mirando a la nada, maldiciendo al viento,
retando a aquello que me había acechado toda mi vida y desesperado por
respuestas de “algo” que nunca había visto pero sabía que estaba allí.
Llegó un momento en el que
mis pensamientos se volvieron contra mí, comencé a preguntarme si estaba loco,
si tal vez, simplemente esa soledad era producto de mi incipiente forma de ser
y de relacionarme con las personas; ¡no sé si llamarlo introspectiva o
desolación!; ¡es más!, ni siquiera sé si culparme a mí mismo era un intento
absurdo por auto consolarme; simplemente creo que estaba desesperado y cansado.
Se dice muy comúnmente que
no debes retar a Dios, pero ese día también arremetí contra él, lo maldije, lo
rete y desborde mi rabia en contra de todo lo que representaba para mí y para
el mundo; fue desesperante, pedía a gritos que me diera una respuesta, rogué
por su ayuda y tampoco él respondió. ¿Cómo debe actuar una persona en mi
estado?, ¿Cuánto puede aguantar una persona que ha sido desquiciada por “esa
cosa” que lo acompaña hasta en sus momentos más íntimos?; ¡yo no lo sé!,
simplemente me desquite con él por permitir que eso me estuviese pasando a mí.
Al parecer, tal y como “esa cosa” únicamente Dios era un observador malicioso
que se burlaba de mí, tal vez ambos se estaban mofando mientras me observaban
como un niño que observa hormigas y que irremediablemente decide, de manera
aleatoria, aplastar a alguna por simple capricho o diversión. Eso mismo parecía
que sucedía, ambos estaban mirándome con una lupa y quemándome por el simple
hecho de que se encontraban aburridos o tal vez, simplemente jugaban, tal vez,
simplemente me había convertido en su entretenimiento temporal y me dejarían
hasta que se aburrieran de mi… ¡no lo sé!, tal vez suena exagerado, pero eso
era lo que sentía en ese momento.
Pedía; ¡no!, más bien
exigía que alguno de los dos diera la cara, que me enfrentaran y dejaran de
jugar; ¡no me importaba si era Dios o “esa cosa”!, simplemente quería saber,
entender lo que estaba pasando; saber ¿Por qué?.
Como te dije, ese 31 de
diciembre fue inolvidable, pues antes de que el nuevo año llegara con sus
promesas vacías, ¡yo había perdido la cordura!… a partir de ese día mis
recuerdos se vuelven algo vagos, nublados, desenfocados; vienen y van como la
marea del mar y se pierden en la arena de la existencia. Me es difícil recordar
el año, el mes o el día en el que vivía; ¡no se!, me había convertido en un
zombi que ni siquiera recordaba cómo y cuándo había dejado su departamento, su
empleo y su vida atrás olvidada, y que ahora no era más que un vagabundo.
Esos tiempos fueron
oscuros, era como si cada día fuese lluvioso, como si la tristeza y la soledad
me hubieran atrapado irremediablemente para jamás dejarme escapar; pero… de
alguna manera, estando ahí atrapado en mi soledad, en la inmundicia en que me
encontraba y en el silencio de las calles ¡aun lo sentía!, más palpable que
nunca; “esa sensación de ser observado”, “esa sensación de compañía” o de que
algo o alguien estaba allí, tras de mí, mirándome, burlándose.
¿Qué tan bajo caí? ¡No lo
sé!, pero supongo que cuando un hombre se ve hurgando en la basura y peleando
con las ratas por un pedazo de pan, es suficiente para considerar que no puede
llegar más bajo. De repente, me vi hablándole a la nada, me vi huyendo de las
sombras que sentía que me perseguían y me vi solo, más solo de lo que cualquier
ser humano puede soportar.
De aquellos recuerdos vagos
que tengo de esos tiempos, recuerdo ojos; ¡muchos ojos que me miraban!, sentía
su desprecio, sentía su rabia y odio en mi contra; ¡sí!, eran las personas de
la ciudad que pasaban junto a mí y me veían como un objeto podrido que debía
ser desechado, un estorbo que les robaba su valioso oxígeno, un cuerpo sin vida
que vagaba sin rumbo. ¡Tenían razón!, yo no era nadie ni nada, me había quedado
vacío; mi cuerpo era un cascaron sin vida temeroso de todo y que en ocasiones
recobraba el sufriente sentido para gravar en su mente esas imágenes de esos
ojos de odio.
Cuando esos momentos de
lucidez llegaban y podía o más bien me atrevía a mirarme, era obscena y
vomitiva la imagen que observaba, me había convertido en un hombre sucio, ¡vomitivo!,
con las uñas largas y llenas de suciedad, el cabello… ¡oh sí!... el cabello era
asqueroso, estaba duro y grasoso, la caspa caía de él con cualquier simple
movimiento, caspa que caía en mis cejas y en mis ojos y que había ocasionado
una clase de infección en ellos, pues se habían tornado amarillentos y
lagrimosos, llenos de chinguiñas que hacían que mis ojos se entreabrieran con
dificultad. Nunca fui un hombre al que le creciera barba, entonces, ¡ya te
imaginaras el poco bello facial en ese rostro!; la boca era horrible, aun no sé
cómo y cuándo perdí mis dientes, mis labios estaban resecos, blancos con una
especie de masilla blanquecina y amarillenta que al parecer salía del interior
de mi boca, los pocos dientes que me quedaban estaban negros, y el olor que
emitía era como el olor a huevo podrido; ¡en fin!, tal y como me veían las
personas por la calle, si parecía un muerto y yo lo sabía, tal vez esa fue la
razón por la cual no llame a mi familia cuando estaba lucido, me avergonzaba mi
estado, ¡ya no era humano!.
Por suerte, los momentos de
lucidez eran pocos y cuando éstos llegaban, apenas me daba tiempo de mirarme y
sollozar por el estado en el que me encontraba, pues tan repentino como un
relámpago en la oscuridad que ilumina por segundos el horizonte, mi lucidez
desaparecía y volvía a la oscuridad. Creo que era primavera o verano pues hacía
mucho calor cuando un momento de lucidez llegó, cuando “desperté” o
“reaccione”, estaba postrado en el suelo sobre una sábana llena de sangre, en
un lugar que parecía una especie de fábrica, estaba sucia y los metales y tubos
que había en techos y paredes estaban oxidados, había ratas y cucarachas, me
asuste y más aún cuando vi la sabana y el piso cubiertos de sangre,
inmediatamente comencé a revisarme, cabeza, cuello, espalda, torso, pies….
¡nada!, no tenía ninguna herida, ¡no era mi sangre!... me asuste ¿Qué hice? ¡Pensé de inmediato!, cerré
fuertemente los ojos tratando de recordar algo, una imagen, ¡cualquier cosa!...
Pero… No sirvió de nada, no recordé y peor aún, ni siquiera sabía dónde estaba;
busque la salida desesperadamente pero no la encontraba. Como te habrás dado
cuenta algo estaba mal, era demasiado tiempo de lucidez, estaba “en mis cinco
sentidos” por así decirlo, ¿Qué pasaba?, comencé a gritar… ¡auxilio!, ¡ayuda!... pero nadie respondía, solo asustaba a las
ratas y cucarachas que había por millares en ese lugar, me senté en una esquina
asustado, llorando, gritando y después de muchas horas comencé nuevamente a
maldecir, si, tal y como lo hice ese 31 de diciembre, pero esta vez con más
rabia, con más “demencia”, maldije a Dios, maldije a “esa sensación”, a “eso”
que me acechaba, maldije hasta que mi garganta comenzó a sangrar, golpee las
paredes y los pisos hasta que mis pies y manos sangraron, maldije una y otra
vez, maldije mi vida, me maldije yo mismo.
¿Cómo llegue a ese lugar?
Es una pregunta que aun el día de hoy me hago. Estaba tan solo, tan asustado
que era estremecedor, recuerdo que en el charco de sangre que había dejado tras
golpear las paredes y los pisos me vi reflejado, ¡asqueroso!, me odie, comencé
a golpearme yo mismo en el rostro como un loco, me rasguñaba; ¡quería
lastimarme!, ¡quería enloquecer y no recordar más!, ¡quería morir!... arranque
mi piel del rostro y mi cuerpo, la tomaba como si fuera un trapo húmedo con las
manos y jalaba fuertemente, me ardía, me dolía, sangraba a chorros pero no
moría…. ¡¿Por qué!?, ¡¿Por qué!?, ¡¿Por qué!? Gritaba una y otra vez hasta
que…. Las … sombras…. La noche… ¡no sé cómo describirlo!, pero, era como si…
como si la noche se postrara frente a mi…. Enorme, oscura, ¡aterradora!....
¡infinita!... ¡al fin!, era “eso”, “esa cosa”, lo que me asechaba, lo que me
había arruinado la vida, lo que se venía burlando de mi desde siempre, ¡lo que
había acabado conmigo!.
Estaba aterrado, era como
ver la maldad en su más pura expresión, era como adentrarte en una oscuridad
infinita, quería moverme, gritar, pero no pude, solo me quede mirándola
mientras se hacía más y más grande, más y más oscura. Comencé a temblar, cada
parte de mi cuerpo comenzó a temblar, mi corazón se aceleró tanto que creí que
explotaría, y me sentí tan solo y tan abrumado por esa sensación que creí que
moriría. Esa cosa, estaba justo frente a mí, el sentimiento de soledad y de ser
observado se había puesto justo frente a mí, el piso temblaba y las paredes
tronaban como si fueran a romperse, los techos parecía como si estuvieran
siendo aplastados; ¡no se!, era el miedo mismo aceptado mi reto y yo, era un
estropajo que parecía más un muerto que un hombre, no era nada y no podía hacer
nada.
No emitía sonidos, era como
si nada y todo estuviera en un solo lugar… ¡frente a mí!, erguido como una
fuerza imparable de la naturaleza ¡no!, más bien ¡del mismo universo!, sentía
su enorme presencia corroyendo mi alma, congelando mi respiración,
asfixiándome; era el silencio absoluto. Trataba de moverme, de escapar, nada
podía hacer, nada podía decir, ¡nada!, ¡absolutamente nada!...
De pronto, esa oscuridad
tomo forma “humanoide”, era como la silueta de una persona enorme, parada justo
frente a mí, se formaron dos ojos luminosos, tan brillantes que era como ver
directamente al sol, era como si esa horrible oscuridad tuviera atrapada en su
interior toda la luz del universo, ¡estoy seguro que eran sus ojos! Pues estos
me miraban, no fue necesario que pronunciara una palabra, con mirarlo a esos
soles que figuraban como un par de ojos brillantes por dentro y rodeados de
oscuridad, fue suficiente para comprender lo que quería y lo que buscaba; ¡me
buscaba a mí!... quería mi alma… ¡mi humanidad!.
Me es difícil describir lo
que en ese momento sentía, ¿recuerdas la sensación de que te he estado
hablando?, pues bien, era esa misma sensación de soledad, de tristeza, de ser
observado y vigilado, era todo aquello que había sentido antes multiplicado por
el infinito, me sentía agotado, aterrado y congelado; todo mi cuerpo estaba en
un estado de letargo, me sentía asfixiado y claustrofóbico, era como sentir el
todo y la nada al mismo tiempo y percibir el mismo telar del universo… era una
sensación devastadora, implacable. ¡Sabía que me quería a mí!, pero ¿¡Por
qué!?, ¡¿Qué había en mí!?, ¿¡Qué podía querer de mi ese monstruo!?. De pronto,
dos enormes alas ennegrecidas se extendieron; las galaxias, las estrellas, los
planetas, yo; todo estaba en su interior… ¿lo había devorado todo!?, o tal vez
todo era parte de “esa cosa”; me envolvió con esas enormes alas, me abrazó… era
extrañamente cálido y extrañamente apacible; el miedo y la inseguridad
desaparecieron; ¡me estaba devorando! O tal vez ¡me estaba consumiendo!; pero
sentí una paz que jamás había sentido, caí en su interior, me volví uno con él
y con el todo, nos fusionamos en un baile cósmico donde la vida y la muerte no
tienen sentido alguno, ¡lo sentía!, estaba volviéndome uno con él, si, tenía
que consumir mi alma y mi humanidad; ¡lo entendía al fin!, era como un cangrejo
que cambia de caparazón y yo era su nuevo recipiente, debía consumirme por
completo, orillarme a la locura e inmundicia absoluta amen de poder borrar todo
rastro de esperanza, amor, odio y cualquier sentimiento mortal; ¡lo
comprendía!, ¡ya era el tiempo!, ¡milenios tuvieron que pasar para encontrar un
nuevo cascaron que ocupar!... ¡me eligió a mí!.
¿Estaba muriendo?... en
realidad no, más bien estaba renaciendo más allá de la conciencia misma. No era
Dios; tampoco era el demonio, era algo más allá de tales deidades, me estaba
convirtiendo en algo imparable e inentendible, el bien y el mal, Dios y el
Diablo dejaron de tener sentido, mientras era consumido tomé en una mano la
vida y en la otra la muerte, con un soplido borre el tiempo y con un chasquido
de mis dedos consumí galaxias. Me gustaba la sensación, la deseaba, quería que jamás
se detuviera, quería que ¡todo! Y ¡el todo! Fuera yo, era enervante y adictiva
esa sensación. Todo se había vuelto un remolino imparable e irreversible, gigantesco
e interminable y de pronto... Desperté… ¡sí!, desperté en mi cama, sudando,
llorando, gritando, ¡¿había sido un sueño!?... me levante presuroso, pero… ¿dónde
estaba?, había despertado en un lugar que me parecía conocido, como un recuerdo
lejano, busque un espejo, corría, daba vueltas alrededor de la habitación en la
que desperté, no sabía dónde estaba nada, al fin, puesto en la pared lo vi, un
espejo, me acerque y… ¡desperté siendo un niño!… ¡un maldito mocoso!... ¿¡a
donde se había ido mi vida!?... me asuste y salí corriendo de la habitación;
por el pasillo venia alguien caminando, era… ¿¡era mi padre!?... pero… era
joven… ¿Qué estaba pasando?... mi padre me abrazó y me dijo fue una pesadilla hijo ¡tranquilo!. Me
cargó… ¡si!, me tomo en sus brazos y me cargo de vuelta a la cama… ¿¡Cómo era
posible!?, soñé una vida entera, soñé empleos, escuelas, novias; simplemente
soñé una vida en tan solo una noche, siendo un niño pequeño, ¿¡fue solo mi
imaginación!?, ¿un niño pequeño puede imaginar una vida con lujo de detalles!?.
¿Sabes?, me he tratado de
convencer desde entonces que todo fue un sueño, he intentado despejar mi mente
y olvidar, he tratado sin éxito alguno de olvidar todo aquello que viví en mi
letargo, tal vez en verdad fue mi imaginación, supongo que solo fue un mal
sueño de esos que te sobresaltan por las noches, de esos que son tan vividos
como la realidad, de esa clase de sueños que te hacen rogar por despertar y
saber que estas a salvo.
Desde ese día, las cosas
han sido algo “extrañas”, me siento como en un deja vu, como en un bucle
infinito del que no puedo salir o escapar, me miro al espejo y veo al hombre
del sueño, tengo recuerdos de una vida que jamás viví. ¿Puedes imaginar cómo es
la vida de alguien que ha vivido dos veces?, tal vez creas que es un regalo
“reiniciar” la vida; para mí, ha sido una vida vacía; insulsa y sin sentido
alguno; ¡una simple repetición de eventos!. ¿Te has sentido así?, ¿ahora mismo
te encuentras leyendo esto y te es familiar el sentimiento del que te hablo?,
supongo que si pues no te has detenido ni un segundo, has seguido leyendo hasta
el final, y ahora, estas sintiendo nuevamente esa sensación, te sientes
nervioso y sobresaltado, ¿se han movido las cortinas? O ¿se ha escuchado un
ruido extraño?, ¿ya sientes ese escalofrió?.
Creo que es mejor pensar
que todo fue producto de mi imaginación, simplemente me fui a acostar una noche
cuando niño y tuve un mal sueño, supongo que eso es lo mejor, la imaginación de
un niño es ilimitada ¿no?, al menos eso es lo que se dice, a lo mejor vi una
película que me asusto antes de irme a dormir, tal vez simplemente estaba
cansado o enfermo, creo y me esfuerzo por creer que solo fue un mal sueño.
¿Sabes que es lo más
extraño de todo?, desde ese “mal sueño” que tuve de niño, me he obsesionado por
ese sentimiento de soledad que siempre, de manera irremediable, viene
acompañado de una sensación de ser observado.
Lic. Héctor Jesús Robles
Díaz Mercado.
Robles & Robles
Abogados.
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